Al llegar la Semana Santa , de niña, siempre soñaba ser la mujer Verónica que limpiaba la cara del Señor. Me parecía que era un momento extraordinario haber podido vivir en la época de Jesús para mirarlo cara a cara, estar a su lado en su dolor y aliviar el sudor y la sangre de su rostro al menos por un momento .
Con el tiempo, también quise ser como el Cireneo para ayudarle a llevar la cruz.
 
He intentado ver el rostro que la Verónica limpió, en los rostros de las personas que sufren y están a mi lado. Aquellas que también subieron al calvario al igual que Jesús y que en el camino no llegaban a tener fuerza  para sostener su cruz, y a veces, ni para levantar su mano con un paño para secarse el sudor de una crisis de fiebre. 
 
Mi hermano Cecilio subió al calvario tal como subió Jesús: sin queja, entregado, cumpliendo su destino lleno de misterios como lo está el sufrimiento de cualquier cruz, y dando ejemplo de paciencia y de amor (del más puro) a todas las personas que tuvimos el gozo de estar junto a él, y con él, junto al Señor. Y entonces entendí que quien ayuda a llevar el peso de la cruz no somos nosotros sino que el mismo Jesús viene a nuestro lado y vuelve a vivir su Pasión de dolor y Amor junto a quien cree que va a estar solo en el camino al calvario. 
 
Cecilio se convirtió en un cristo junto a su Amigo de la Humildad a quien siempre se aferró. Besaba su estampa con la fe y confianza de quien se entrega de verdad a los brazos de un Amigo, y sin pedir nada más que la fuerza necesaria para continuar. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices como las que los clavos y una lanza les dejara a Jesús. Y a pesar de este dolor, su dormitorio siempre estaba lleno de Paz. Y junto a mi hermano entendí entonces que allí estaba el mismo Jesús animándolo, sosteniéndolo y alegrándolo, y, a veces, haciéndonos sonreír juntos en momentos en los que esperamos que nos invada la pena… y ocurre lo contrario. Contemplar la alegría en el rostro de mi hermano Cecilio, era contemplar el rostro de mi Señor.
Nuestro Jesús es quien hacía de Verónica y de Cireneo. No acompañamos nosotros a Jesús en su Pasión es Jesús quien nos acompaña en la nuestra.
 
Jesús junto a Cecilio, hasta que llegó el momento de tomarlo en sus brazos para siempre. Y junto a Jesús, su Madre, llena de amor y resignación envolviendo a su hijo Cecilio como ya lo hizo en Jerusalén. En los brazos de su Virgen de la Piedad veo a mi Señor, veo a Cecilio, y veo a tantos hijos a los que nos sigue acogiendo y amando tal como le dijera su Hijo aquel día desde una Cruz.
 
En mi corazón tengo presente las palabras que siempre me transmitía desde su ejemplo de vida en la Fe » La muerte no es el final «. Y lo creo con toda mi vida porque la habitación de Rosaluz y su marido Cecilio se convirtió para mí en el pozo de Jacob donde la samaritana anunció que allí estaba Jesús y los que fueron, creyeron no solamente por el testimonio de  la mujer, sino porque lo oyeron y reconocieron al Salvador. 
Elena María Orozco Espinosa